DIARIO DE UN OCIOSO
Viernes, 17 de junio de 2016
Entrar en el recinto de un Festival al que ya has asistido
tiene algo de Dejà Vu. Ha pasado un año y han cambiado cosas, pero de cierta
manera tú no te has ido. Eso paso incluso cuando el Sónar – hace tres años –
decidió cambiar su recinto por este nuevo y espacioso que ocupa ahora. Los
primeros minutos son de reconocimiento, un paseo perimetral para interiorizar
distancias, ubicaciones y contingencias.
Las primeras horas en el Sónar también son las ideales para
visitar Sónar Planta. El proyecto de la Fundació Sorigué se ha convertido en
tan sólo dos años en un enlace imprescindible entre el arte y el festival.
Earthworks – título de la obra que proponen el colectivo británico
Semiconductor (Ruth Jarman i Joe Gerhardt) – impresiona. La representación
gráfica del sonido de la tierra en pantallas gigantes resulta una experiencia
sensorial única. Una buena manera de empezar el festival. Seguro que volveré en
más de una ocasión.
Los escenarios ya funcionan tímidamente. Paseo, veo
fragmentos de actuaciones (The Spanish Dub Invasion, John Grvy, Strand…), me
como un buen ceviche en la furgoneta de Ceviche 103, me encuentro a amigos,
conocidos y saludados, descubro las propuestas tecnológicas del Sónar +D – parte
esencial ya del Sónar - hago fotos y disfruto de la felicidad ajena que me
rodea.
En el Sónar Complex veo el Field de Martin Messier. Arte,
música, experimentación, tecnología… impactante. Actuaciones como esta
convierten al Sónar en un festival único, en un festival imprescindible para
entender presente y futuro de la música. También lo hacen actuaciones como la
de James Rhodes. Con Chopin i la Chaconne de Bach en el programa, la música
clásica se hace un lugar en el Sónar en una actuación emotiva que impacto por
su delicadeza a un público festivalero acostumbrado a otros estímulos visuales
y auditivos.
Recupero fuerzas, tras pasar por casa, cenando una pizza con
María José en un restaurante del centro comercial que queda en el medio del
camino que me lleva de casa al recinto del Sónar noche.
Me parece que en alguna ocasión ya lo he contado. Jordi P.
es un tío de costumbres arraigadas y, por eso, encontrarlo en un concierto es
fácil. Da igual que la asistencia sea masiva, no importa si el concierto ya
esté empezado y Fatboy Slim lo esté petando en una sesión llena de subidones…
yo sé dónde está Jordi y no me cuesta llegar hasta él. Más difícil me resulta
llegar con la cerveza intacta.
Fatboy Slim sabe cómo hacer que la gente se lo pase bien. Su
sesión es una explosión de felicidad medida al milímetro, una traca de música,
ritmo e imágenes totalmente eficiente. La gente – con o sin ayudas químicas –
parece feliz dejándose llevar por la fiesta que Fatboy Slim propone. Yo también
lo disfruto, pero con poco más de una hora, yo ya tengo suficiente. Mañana será
otro día y el Sónar promete otro saco de emociones.
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