25 abril 2016

DIARIO DE UN OCIOSO
Viernes, 22 de abril de 2016

El despertador suena a las 7, una hora más tarde de lo que suele ser habitual los viernes. La hora de regalo se debe a que hoy no trabajamos.  Hoy no tenemos que ir al trabajo, pero en un momento de poca lucidez, ayer decidimos que hoy iríamos igualmente al gimnasio… aunque una hora más tarde. Lo que parecía una transgresión gloriosa, se queda en un “lo mismo de siempre” que no nos llena de regocijo ni de felicidad. Gracias al mismo mecanismo milagroso que ha conseguido llevarnos en piloto automático hasta el gimnasio – y todas las veces vestidos correctamente y con calzado deportivo en vez de zapatillas – llegamos al gimnasio del que somos socios. Naturalmente, vamos en coche pese a que el gimnasio no está lejos de casa. En nuestro estado matutino, el paseo podría derivar en desorientaciones, pérdidas o crisis de predeterminación.

Una vez en el parking, subimos en ascensor. Es sólo una planta, pero el ejercicio ya lo empezaremos una vez estemos dentro del gimnasio, que para eso pagamos. Hoy no están todos los habituales ya que es una hora más tarde, pero sí que reconozco alguna cara.

Y aquí abandono el relato de mi día… para contar cuatro cosas del gimnasio donde tres veces por semana (o dos… o una… o ninguna) me torturo desde hace unos meses. El relato del día, lo recuperaremos otro día.


Como solemos ser bastante constantes en lo que a horario se refiere, siempre nos encontramos con la misma gente. Algunos, la mayoría, son zombis somnolientos que intentan hacer algo de ejercicio, con mucho esfuerzo, a estas tempranas horas (María José y yo creo que encajamos en esta gran mayoría, pero igual somos los destacados de alguien). Otros destacan por pequeñas cosas que los hacen especiales. Está, por ejemplo, el señor muy mayor que crees que ha venido a traerle el bocadillo a su nieta ya que su movilidad es muy reducida… muy reducida hasta que el cabrón se pone a hacer abdominales y pesas con una agilidad, potencia y soltura que sabes que jamás tendrás en la vida. También solemos coincidir con “El Kansas” al que no me extrañaría encontrármelo cualquier día con una careta de piel humana y una sierra mecánica en la mano. Hay una que no para de hacerse selfies y de grabarse en posturas y circunstancias insólitas (supongo que es un clásico de los gimnasios, pero me choca). Cada mañana llega el del “Buen rollo”. Simpático, educado y amable, no para de saludar a todo el mundo. La mayoría, con cascos aislantes y concentrados en no sucumbir al sueño, no solemos corresponder a sus muestras de educada cordialidad. En nuestro gimnasio no faltan los musculitos, los que van a lucir, los que huelen mucho y los excesivamente equipados con ropas y gadgets especializados… pero una de mis favoritas es, sin lugar a dudas, la mujer que lee el Hola mientras camina en la cinta de correr. Una crack.

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