12 noviembre 2013

DIARIO DE UN OCIOSO
Sábado, 9 de noviembre de 2013

Me levanto. En la habitación hace frío. Descubro que no pusimos en marcha los radiadores y que la ventana del salón está abierta. Mientras preparo el desayuno intento caldear un poco la sala esperando a que María José se levante.

En el mapa – lleno de anuncios – que cogimos ayer en la recepción del hotel, se destacan una serie de zonas de interés. Una está justo al lado del hotel y decidimos dar un paseo. Salimos del hotel, bordeamos un pequeño estanque y nos paramos a hacer las primeras fotos junto a una iglesia. Empieza a llover. Al principio no nos preocupa, pero las gotas se convierten en cascadas y tenemos que volver a la tienda que hay junto al hotel para comprar un – enorme – paraguas. Al salir del super ya no llueve (ni volverá a llover en todo el fin de semana).

Decidimos seguir con nuestro paseo pero en la primera esquina nos equivocamos y seguimos un trazado distinto. Cuando nos paramos para situarnos, descubrimos que la pequeña zona verde por la que estamos paseando corresponde al trazado del antiguo muro. Decidimos no desviarnos del camino por el que nos ha llevado el azar y seguimos por un camino flanqueado por edificios ocupados. La lluvia y la hora temprana hacen que nuestro paseo sea agradablemente solitario.

Llegamos hasta Friedrichshain-Kreuzberg donde, junto al río, queda el mayor fragmento de muro conservado. Aquí, bajo el nombre genérico de East Side Gallery, artistas de todo el mundo dejaron su aportación artística en un enorme monumento al recuerdo. Viendo este muro, recordando el momento de su caída, nos preguntamos como pudo pasar esto en un espacio y en un tiempo tan cercanos. Al final, una muestra de fotografías, también pegadas a los restos del muro, nos muestran los muros que todavía existen en el mundo y nos hacen ver que la historia nos ha enseñado poco y que siguen habiendo muros igual de duros, injustos e irracionales como el de Berlín. Impresionados, seguimos con nuestro paseo, reflexionando sobre lo que hemos visto y sentido.


Hora de hacer una breve parada técnica. El café que suelo pedir en Starbucks es malo (una enorme bañera de líquido negro que sirven a una temperatura potencialmente peligrosa) pero su wi-fi es muy útil y sus espacios cómodos. Aprovechamos para colgar las primeras fotos de Berlín en Instagram.

De vuelta en la calle, seguimos con nuestro paseo. Caminamos por Unter der Linden hasta Alexanderplatz y allí cogemos el S-Bahn hasta el barrio de Prenzlauer Berg para seguir caminando. Cruzamos calles y plazas comentando detalles, entramos en una antigua cervecera reconvertida en centro cultural y de ocio y nos encontramos con un par de mercadillos en los que venden desde carne o frutas a quesos o productos artesanales. El primero es pequeño pero nos permite comprar algo para coger fuerzas por el paseo. El segundo, mucho más grande, nos permite disfrutar de olores, productos y pasar un buen rato mezclándonos con los lugareños.

Tras pasear un poco más nos damos cuenta de que es hora de comer. Tras descartar un desplazamiento – estamos cansados – buscamos por los alrededores y acabamos comiendo en el Oxymoron (Rosenthaler Str. 40/41, 10178 Berlin). Comemos muy bien, disfrutamos del wi-fi, del bonito escenario y de un merecidísimo descanso.

No estamos lejos de la Isla de los Museos y quiero ver el Altar de Zeus de Pérgamo. Impresionado, descubro otras maravillas como la puerta del mercado de Mileto, la Puerta de Ishtar o un fragmento del palacio de Mushatta. Finalmente llegamos frente al Altar de Zeus y sus dimensiones me impresionan todavía más de lo que esperaba.




Vuelta al hotel y descanso. Salimos con las fuerzas renovadas para descubrir un poco de la noche de Berlín. Nos acercamos a Friedrichshain otra vez con la intención de acercarnos al local donde esta noche tocan Crystal Fighters pero al final preferimos seguir callejeando. Muchísimos locales: restaurantes, bares, cafeterías, pubs... y muchísima animación. El barrio promete también para una visita diurna... pero será la próxima vez. Tras mucho pasear, acabamos cenando en un indú. El Akash (Gruenberger Str. 33 10245 Berlin) es un pequeño restaurante donde se come muy bien. Vuelta a casa y a dormir. Por el camino, en el metro, hay más animación que de día, la gente continúa bebiendo – botella en mano – camino del próximo bar. Sigo muy resfriado.


No hay comentarios: