DIARIO DE UN OCIOSO
Sábado, 19 de octubre de 2013
Tras desayunar salimos a
hacer el turista por la ciudad. El metro nos deja, no lo habíamos
buscado, junto al Borought Market y descubrimos un espacio fantástico
donde la venta de productos y la degustación de los mismos productos
que se venden se dan la mano de manera armónica. Disfrutamos
paseando, mirando y oliendo (es demasiado pronto y el desayuno es
demasiado reciente para disfrutar plenamente de la oferta
gastronómica – variada y muy apetecible – que se nos ofrece.
Continuamos paseando por
la City y, seguramente por culpa de una manera de viajar anárquica y
muy personal, alternamos espacios saturados de turistas con otros
extrañamente desérticos. Vemos edificios nuevos y edificios viejos,
espectaculares y feos, nos llenamos los ojos de bares, restaurantes y
comercios, esquivamos obras y no paramos de hablar, hacer fotos e
intentar robar unos minutos de wi-fi.
Pero pese a que somos más
paseantes que turistas, hay ciertas tentaciones en las que nos gusta
caer. Pese a que el metro es la mejor opción para desplazarse,
cogemos un barco para cambiar de zona. Pese al viento, el paseo es
agradable y las vistas – inéditas para nosotros – justifican la
turistada.
De nuevo a pie, esta vez
en zona mucho más turística, esquivamos la marea como podemos y
seguimos nuestro paseo por el Soho con parada – justo cuando
empieza a llover – en Chinatown. Las ofertas para comer son
muchísimas. Nos decidimos por el Manchuria Legends (16, Lisle
Street. London. Teléfono: 020 7287 6606 ) y por uno de sus menús.
Buena comida china a buen precio.
Al salir sigue lloviendo,
momento de entrar en un museo. En la National Gallery nos centramos
en su fantástica colección de arte de finales del XIX y principios
del XX y, tras dar un repaso a algunos cuadros del resto de su
colección, salimos de nuevo a la calle donde el sol vuelve a
ofrecernos un buen acompañamiento para nuestro paseo.
Esta vez el paseo será
largo y nos llevará hasta Candem con parada en la British Library
(brutal). Más fotos, más conversaciones, más rincones para
descubrir, más espacios dejados para visitas posteriores y muchísimo
cansancio. La vuelta al hotel se convierte en una pequeña odisea
(líneas de metro y de tren fuera de servicio, buses de substitución
y locales casi tan perdidos como nosotros) pero finalmente
conseguimos llegar.
Tras un reparador
descanso, salimos a cenar. Hay pocas fuerzas y nos decidimos por la
opción más cercana. El Hazev – hoy mucho más lleno – vuelve a
acogernos. Y sin pilas para más, tras la cena, nos vamos a dormir –
no sin antes parar en la recepción del hotel para actualizar
instagram y enviar algún mensaje.
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