DIARIO DE UN OCIOSO
Sábado, 23 de junio de 2013
Mañana de “tengos que”. Acabamos recogiendo una “coca de
llardons” en Escribà. Christian nos hace una visita guiada por las instalaciones
de la pastelería. Fascinante viaje al trabajo de otros… sorprende el orden, la
organización, las herramientas y la diversidad de materias primas. Un día
después, cuando escribo esto, de la coca sólo queda una muestra minúscula. Por
cierto, deliciosa.
Noche de teatro en el TNC. “Atraco, paliza y muerte en
Agbanäspach” es la obra que despide el Projecte T6 y que también sirve de
despedida para Sergi Belbel, el director
del teatro los últimos siete años. Quiero empezar agradeciendo a Sergi Belbel
su – buen – trabajo. Como usuario habitual– los últimos años como abonado – he disfrutado
de muchas tardes de buen teatro en el Nacional. El TNC ha potenciado los textos
de autores catalanes y se ha convertido en plataforma de talento joven. He
echado de menos, las últimas temporadas (puta crisis), ese papel de ventana
abierta a lo mejor del teatro internacional que creo que el TNC también debe ejercer…
pero los presupuestos, cada vez más magros, tienen la culpa de eso.
Precisamente el talento joven brilla en “Atraco, paliza y
muerte en Agbanäspach”. Nao Albert i Marcel Borràs montan una fiesta a ritmo
frenético llena de giros, sorpresas, hallazgos y pequeños errores que no
empañan el conjunto. Hay teatro dentro del teatro, reglas que se rompen, bromas
privadas, un atraco, buenos actores (grandiosa Laia Costa, sorprendente Gil
Brebelés, versátiles y acertados el resto). Ya he dejado más pistas de las que
debería, contar más sería spoilear la obra. No os la perdáis, dos horas que
pasan volando, entretenimiento asegurado y alguna carcajada sana. Teatro del
bueno… otra vez. Hay poco tiempo para
verla. Sólo hasta el 30 de junio.
Últimamente todo el mundo anda empeñado en que debo decantarme
por un localismo. No me apetece. Me da lo mismo que mis impuestos financien un aeropuerto
ineficaz en Lleida que uno – todavía sin inaugurar usar – en Castellón. Me da lo mismo que, del excedente
impositivo que pago, se aproveche un extremeño desagradecido que se permite
odiarme por haber nacido donde lo he hecho o un ampurdanés altivo que me desprecia por la misma razón. Es
exactamente igual de ruin que choricee alguien del consistorio de – pongamos por
caso – Marbella, que lo haga alguien de – es un ejemplo – Sabadell. Ya que me
obligan a escoger una opción, descarto las dos que me ofrecen y me decanto por
mi propio localismo. Un localismo de ciudad y, si me apuran de barrio. Me
parece bien que mis impuestos sirvan para ayudar a los menos afortunados, pero
puestos a elegir, que sirvan a un parado de mi entorno (si puede ser a un
amigo, mejor) o de mi calle. Lo mismo con las infraestructuras, equipamientos,
facilidades… Puestos a ser localistas, seámoslo hasta las últimas
consecuencias.
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