17 mayo 2011

DIARIO DE UN OCIOSO
Domingo, 15 de mayo de 2011

Sigo disfrutando de las indudables ventajas de ser un cumpleañero consorte. En esta ocasión, el fantástico regalo, es una habitación en el Gran Hotel La Florida. Sábado por la mañana, dejamos a Cass con sus canguros – este fin de semana son Eli i Cesc – y subimos al Tibidabo para disfrutar del regalo de María José.

Cuando llegamos al Hotel aún no nos han preparado la habitación. Esperamos en la terraza y aprovechamos para comer unas tapas. Excesivamente caro, pero las vistas de Barcelona – excelentes – y el sol que esta mañana nos acompaña, compensan el dispendio.

Nuestra habitación es espectacular. Es bonita y gigantesca pero está llena de detalles que muestran una preocupante decadencia: desgaste, una bañera de hidromasaje en la terraza que vivió tiempos mejores y ahora no funciona, algún desconchado, lámparas que no alumbran, una inoportuna gotera provocada por el aire acondicionado... el hotel vivió momentos mejores.

El sol, en lucha con unas nubes cada vez más numerosas, se resiste a abandonarnos. María José hace la siesta y yo escribo junto a la ventana. Vuelve a oler a vacaciones.

María José se despierta y salimos con la intención de dar una vuelta. Nos acercamos al parque de atracciones y deambulamos entre nuestros recuerdos. Amenaza tormenta. En la tienda que hay en la base del templo expiatorio no tienen pipas, pero es allí donde decidimos subir hasta los pies de la estatua que corona el templo. En el ascensor, el monje encargado de las visitas, nos cuenta anécdotas, historias y leyendas que hacen mucho más amena nuestra ascensión. Vistas privilegiadas pese a la meteorología y muy poca gente. Ha valido la pena subir hasta aquí.



Bajamos. Compramos chucherías y unas palomitas que tienen sabor a nostalgia. Caen las primeras gotas.

De nuevo en la habitación del hotel miramos como la tormenta crece. He empezado a leer “Tormenta de Verano” de Juan García Hortelano. Pienso en Francisco Casavella a quien debo esta lectura. Llaman a la puerta. La dirección del hotel nos obsequia con un “baño romántico” por las pequeñas molestias sufridas. Pétalos de rosa (una guarrada si se me permite decirlo) y velas (que crean un ambiente muy acogedor).

Tras el baño y rodeados por la tormenta, nos quedamos a cenar en el bar del Hotel (el restaurante está lleno). La carta es corta pero cenamos bien.

Domingo. La tormenta ha dado paso a un día en el que el sol avanza eliminando las últimas nubes. Hace algo de frío y por eso descartamos desayunar en la terraza de nuestra habitación.


Mañana de descanso, de baño en el spa del hotel, de lectura, de sol (demasiado, como suele ser habitual en nosotros) y de vistas reconfortantes. Agradezco un regalo que no es mío pero que he podido disfrutar (Moltes gràcies, guapus!!!!!). Pilas recargadas otra vez.

No hay comentarios: