20 abril 2011

DIARIO DE UN OCIOSO
Miércoles, 20 de abril de 2011

Sigo leyendo a Agustín Fernández Mallo. Podría continuar haciéndolo toda la vida. De hecho, pienso, lo hago inconstantemente cuando me enfrento a los blogs – llenos de ficciones más o menos basadas en la realidad – de los otros Fernández Mallo que alimentan mis lecturas internaúticas. Su Nocilla Experience me ha gustado y, tanto en ella como en su Nocilla Dream, he visto el pulso de la literatura de nuestro tiempo. Una literatura hecha de fragmentos que puede ser buena o mala. La de Fernández Mallo es buena, la mía no. No obstante, en el aparente desorden que sigue, hay una pequeña influencia suya. Todo lo que leemos alimenta nuestra escritura, algunas cosas más que otras.

En el nuevo punto de lectura de ocioso salen seis macetas. La de la izquierda, con tres flores, es de color verde. El cactus que tiene a su derecha también es verde, pero menos luminoso. El dibujo del nuevo punto de ocioso ha sido dibujado por un niño de la Escola Vila Olímpica de Barcelona. Al fondo, un cartel anuncia la funcionalidad del establecimiento representado. Sobre el mismo fondo amarillo que tiene la tercera maceta, ocioso lee “fluristaria” y no puede evitar una sonrisa cada vez que lo ve. El punto ya ha pasado por dos libros y está esperando su tercera lectura.

Huele a mar. Xavi pasea por las calles de una población costera. Podía haber venido para retratar peces, playas o barcas, pero ha venido para retratar piedras. Mañana se acercará al lugar, algo alejado del centro de la población, donde han estado – y seguirán estando – las piedras. Desde una cabina telefónica llama a María José que hoy cumple 19 años. Le felicita, hablan un poco y Xavi cuelga pensando que quizás empieza a gustarle un poco. Come anchoas – la especialidad local - y unos mejillones buenísimos en un pequeño restaurante al que nunca volverá. Pasea por calles vacías, se toma un gintònic en un pub triste y se retira a la habitación que ha alquilado en una – todavía más triste – pensión.

Cada año nos reunimos para celebrar los cumpleaños de mi madre, mi hermana y María José. La cifra que adorna el pastel suma cada año tres. Este año 145. Mi madre ha preparado un mar i muntanya que nos sorprende casi tanto como nos alegra.

Siempre que vamos a casa de Albert i Esther, Albert tiene que bajar a abrir la puerta. A algún vecino iluminado se le ocurrió – hace años, cuando todavía no vivían aquí - que el portero automático solo sirve como medio de comunicación y que para abrir la puerta es necesario utilizar la llave. Besos, abrazos y subimos en el ascensor. María José abre la puerta y nos encontramos con un montón de felicitaciones, serpentinas, gritos y amigos... es una fiesta sorpresa para celebrar el cumpleaños de María José que también me sorprende a mí. Poco a poco voy reconociendo los rostros que gritan, veo a Ana, a Esther, a Jaume haciendo fotos como un loco, a Marta, a Juan Maria, a David, a Pau y a Núria. A María José le hacen un regalo brutal, una animalada que no soy capaz de describir con palabras y que le hace muy feliz. Después cenamos. Me gusta mucho estar con esta gente.

Leo “Río Veneno” de Beto Hernández. Es una “precuela” de Palomar (para mí lo es ya que las he leído en orden inverso) y, pese a ser un cómic fascinante, carece de la magia deliciosa que envuelve las dos entregas de Palomar.

Mariona nos deja se terraza para que celebremos el cumpleaños de María José con un aperitivo. Hace sol. A las 10 subo a la terraza y empiezo a preparar los platos. Dos horas después empieza a venir gente a la que queremos: Olivia, Roberto, Martina, Leo, Víctor, Laura, Jordi P., María, Quim, Carol, Noa, Montse, David, Roger, Iu, Mariona (que está en su casa), Daniela... son casi las 7 de la tarde cuando decidimos dejarlo ante el preocupante olor a carne quemada que alguno de nosotros ya desprende.

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