23 enero 2007

DIARIO DE UN OCIOSO
Domingo, 21 de enero de 2007


Sábado. La rutina matinal sabe diferente el fin de semana. Me levanto pronto y, como cada día, me visto con el estilo pordiosero que caracteriza mis mañanas hibernales para salir a pasear con Cass. Pero pronto empiezan las diferencias. Todo sigue igual, pero es mi percepción lo que convierte todo en algo placentero: al cruzar la primera plaza huele a cruasán recién hecho, en la segunda los pájaros ofrecen un concierto, compro el periódico en el quiosco y el pan – recién hecho – en el horno habitual.
Vuelvo a casa y, con calma, preparo el desayuno. La casa huele a café y a pan cuando María José se levanta. Desayunamos con tranquilidad, ojeando el periódico y hablando de la semana que acabamos de olvidar y del fin de semana que nos espera.

El resto del fin de semana transcurre placidamente: televisión (muchas series), la instalación del nuevo grabador con disco duro (se acabaron las montañas de cintas VHS encima de la tele), el arreglo de las plantas del patio de Graceland (gracias a María José que se encarga de todo), lectura, siestas, paseos con Cass, periódico...

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