16 octubre 2005

DIARIO DE UN OCIOSO
Sábado, 15 de octubre de 2005


He dormido poco cuando suena el despertador. Con pereza arrancamos y conseguimos, después de desayunar, salir juntos. En el metro nos separamos, María José se va a Castellón y yo a una tradicional excursión con ex compañeros de trabajo.
El tren que me lleva a Cerdanyola va casi vacío y, pese a que el sueño me vence en algún momento, consigo no dormirme profundamente y no me paso de parada. Recuerdo, al bajar, las muchas veces que, en esta misma estación y con los mismos ojos llenos todavía del sueño del madrugón, cambiaba de transporte en mi camino hacia la universidad.
subida a la Mola bajo la niebla
Albert, el culpable de esta entrañable tradición, me recoge en la estación y me lleva hasta el punto de reunión. Poco a poco van llegando el resto de expedicionarios, todos relacionados con la empresa para la que trabajé hace ya unos años. Algunos, como yo, han dejado de trabajar en ella y otros todavía ahora trabajan en esa empresa. Es una oportunidad para encontrarme con ellos, para intercambiar – en las breves conversaciones que iré teniendo a lo largo del día – noticias sobre la evolución de nuestras vidas, para reír y para recordar viejas batallas perdidas y ganadas.
Reunirse es difícil y, cuando por fin estamos todos, empezamos la subida a “la Mola”. El día no nos acompañará y tendremos suerte si no nos llueve. El camino – pese a mis continuas quejas – es tranquilo y sólo lo endurece un poco la niebla que nos rodea, nos empapa y no nos impide dejar de sudar.
vuelta a casa bajo el sol
Dos horas después llegamos al monasterio de Sant Llorenç de Munt y en unos minutos ya estamos sentados en la larga mesa (en total somos 17) con una cerveza en la mano.
Comida hecha a la brasa, vino peleón y cava para brindar por el cumpleaños de Xavi C. sirven de cojín para las anécdotas de siempre y para nuevas historias. Recuperamos lo mejor del tiempo que pasamos juntos y tengo la sensación de que no ha pasado el tiempo, de que todavía participamos de un mismo proyecto. Es agradable. Fuera no para de llover.
Cuando escampa – la lluvia ha servido de excusa para una ronda extra de cava – empezamos a bajar. El sol nos acompaña y hace la excursión mucho más agradable. Rosa se pierde por el camino y – suerte del teléfono móvil – tardamos un buen rato en volvernos a reunirnos todos.
Llegan las despedidas, los abrazos y los “hasta pronto”. Ha sido agradable, el año que viene – si puedo – no faltaré.

Cuando llego a casa María José acaba de llegar. Tengo las fuerzas justas para dejarme preparar la cena y para intentar leer un poco antes de caer rendido.

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