12 junio 2005

“Amor:
Esta tarde pasé junto a ti y ni siguiera me viste. Cuando dos almas se encuentran es muy feo que una no se fije en la otra.”
Pintada en la calle Apel·les Fenosa. Barcelona.


DIARIO DE UN OCIOSO
Sábado, 11 de junio de 2005 (parte II. La cena)


Hay ocasiones en las que – cuando me pongo a escribir – se que no seré capaz de transmitir la intensidad de lo vivido. Todo lo que cuente aquí es una mínima parte de la realidad, el relato de lo percibido. Por el camino quedan sensaciones inenarrables, pequeñas unidades que nos quedan grabadas en el subconsciente y aportan sus granos de arena al conjunto de la historia. Siento no poder emular totalmente las sensaciones ayer vividas.

Nos encontramos con Olivia y Roberto cerca del restaurante elegido y, tras una cervecita, nos dirigimos al “Restaurante de la Casa de Valencia”. Al cruzar el umbral nos recibe el camarero y – ya desde el primer minuto – se empieza a mascar la tragedia. Nosotros, con ganas de celebrar el cumpleaños de Roberto, somos insensibles a las señales de alerta que nos llegan de todas partes y todavía pretendemos disfrutar de una sensacional cena.
Nos acompañan hasta nuestra mesa que está en la cafetería del restaurante (el comedor está ocupado nos dicen), nos dan las cartas (bueno, la mía la tiran al suelo) y de entrada nos dicen que la paella valenciana está agotada (miro a las dos o tres mesas que están ocupadas y pienso que todos deben haber pedido raciones inmensas de paella para acabar con las existencias de la Casa de Valencia).
Nos traen un pincho de tortilla para picar y tras él vienen los primeros. Aquí nos damos cuenta del tamaño del error. Tras la “coca hojaldrada con crema de humus y beicon” que piden María José y Roberto se esconde un (lo juro) cruasán (creo que de “la bella Easo”) chafado y ahogado en un liquido blanquinoso que no tiene ningún parecido – ni de sabor, ni de textura, ni de tacto- con todos los humus mejores o peores que he probado. Lo mejor el beicon. Olivia, que pide “ensalada griega”, no tiene mejor suerte. La extraña mixtura de garbanzos (los que se olvidaron de ponerle al humus), judías, lechuga, queso y dos rodajas de un dedo de grosor de pepino es inenarrable. El toque de creación (sin duda el cocinero ha comprado los DVD de cocina creativa de CEAC) lo consiguen clavando un pincho de madera (lo juro) en el pepino (siento no tener fotos para poder ilustrar esta explicación). Yo no tengo mejor suerte y mi arroz de bacalao es un engrudo recalentado en el que el pescado ha sido substituido por coliflor (de nuevo atribuyo la curiosidad a un exceso creativo por parte del cocinero o a un olvido durante la confección del plato, total sólo se ha olvidado un ingrediente).
Nos retiran los platos a una velocidad supersónica y entonces empiezan a cruzar la cafetería mujeres de todas las edades con: pollas en la cabeza (entendiendo por polla el órgano reproductor masculino de la especie humana y no la hembra del pollo), peinetas y pitos en la boca (entendiendo aquí por pito no el órgano reproductor masculino sino un silbato que las mujeres hacen sonar con gran alborozo).
Nuestra cena se ha convertido ya en una escena de vodevil en el que no paran de aparecer nuevas sorpresas. Mientras comemos los segundos (arroces de bacalao sin bacalao y un estofado de cordero – tres trozos- de bar de menú de mediodía) se sienta en una mesa cercana un tío clavado a Falete y su – suponemos- madre. La madre se dedicará el resto de la cena a hurgarse la boca con las uñas y luego a hurgarse las uñas con un palillo (para eliminar – suponemos, tras discutirlo en la mesa – la roña adquirida durante la primera operación). De una sala contigua aparecen individuos con: tetas de goma en brazaletes, faldas escocesas y una gran polla (el que debe mandar más del grupo). Los recién llegados, los camareros y el creativo equipo de cocina se ponen a ver la final de la Copa del Rey. Falete se hace con el mando, sube el volumen y disfrutamos - todos juntos- de la victoria del Betis.

Roberto, en un acto de valentía, pide de postre “espuma de yogurt”. Hay que tener desfachatez para llamar así al plato con el que Roberto es obsequiado. La “espuma” viene servida en un plato sopero y consiste en tres dedos de una crema blanquinosa (no sabría deciros si es la misma del primer plato) con una textura ligeramente espumosa tras ser batida. Increíble. El pastel de chocolate es pura mantequilla.

Nos lo tomamos con humor y nos reímos mucho. Creo que no volveremos.

La copas en el “Mondo Lirondo” y en "La Cervesera Artesana"(c/San Agustí, 14 Tel. 932379594) nos hacen recuperar la fe en la humanidad. Discutimos, reímos, recordamos la cena y volvemos a reír. Son las cuatro cuando llegamos a casa.

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