03 diciembre 2004

“Desde entonces soy un optimista contumaz. Ver truncarse las vidas, con todo lo que cada vida llega a contener, y verlas truncarse por motivos absurdos o irrisorios, y de formas a menudo atroces y desdichadas, despierta en uno una inevitable desconfianza hacia los semejantes, pero también una necesidad incontrolable de proteger y alimentar a cada segundo la ilusión de vivir. Aunque sea estúpida, y frágil, y aunque los días y las noches te ofrezcan tantas razones para perderla.”
Lorenzo Silva. La niebla y la doncella


DIARIO DE UN OCIOSO
Jueves, 2 de diciembre de 2004


Salgo de Levi Pants y, pese a que todavía es pronto, ya ha oscurecido. De vuelta en la ciudad me veo obligado a hacer tiempo en un barrio que no es el mío. Camino sin prisas mientras miro escaparates. Por unos momentos vuelvo a convertirme en el ocioso modelo y disfruto de la sensación conocida y confortable de vagar sin rumbo fijo. Paseo, entro en una tienda sin otra intención que dejar pasar el tiempo, miro pasar a la gente (que se desplaza a un ritmo muy superior al mío), valoro entrar en un bar, sigo paseando y al final me siento en otro bar frente a la cristalera de entrada que me da una visión – muy fragmentada y limitada pero igualmente interesante – de la vida en el barrio. Aprovecho tambien para leer un poco (he acabado “Iacobus” de Matilde Asensi y ahora estoy leyendo “La niebla y la doncella” de Lorenzo Silva y un estudio sobre el mundo de la confección de pantalones (un regalo de cumpleaños) escrito por Javier Perez de Silva. Justo ahora, al escribirlo, me he fijado en la coincidencia de apellidos... curioso).
Pero todo tiene su fin (y lo bueno, por desgracia, también). Se acaba mi tiempo de ocio y me dirijo al despacho del administrador de nuestra finca para la reunión anual de vecinos de la finca donde vivimos ( motivo que me ha llevado a este barrio que no es el mío). La reunión resulta larga pero mucho menos dura de lo esperado. La pobre asistencia hace que las ancestrales rencillas vecinales no hagan – como es costumbre desde tiempos inmemoriales – aparición.
Pese a todo salgo agotado y llamo a María José para que protagonice un oportuno rescate. Quedamos en el “Panyvino” pero, cuando llego, un inoportuno apagón nos deja sin cena. Paseamos por el barrio – que hoy, por la oscuridad, presenta un aspecto insólito- y acabamos cenando en el “Murivechi”. La cena, la conversación con María José y las noticias que me trae del avance de nuestra felicitación de navidad de este año actúan como un bálsamo reconstituyente que me cura de los sinsabores de los últimos días.

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