08 agosto 2004

“El verano se asocia frecuentemente a la posibilidad de disfrutar por un tiempo de las bendiciones de la vida (...) casi nadie asocia la palabra “disfrutar” con su antecesora lingüística, la más popular “fruto”. Disfrutar significa, aun desde su origen, aprender a tomar del árbol de la vida cotidiana sus más preciados frutos y paladearlos. Saborear cada cosa, cada momento, alegre o triste, extraordinario o cotidiano, siempre intensamente. Degustar el simple hecho de vivir”
Jorge Bucay. Degustar el simple hecho de vivir. El País. Sábado 7 de agosto de 2004.


DIARIO DE UN OCIOSO
Sábado, 7 de agosto de 2004


Nos levantamos pronto y tras desayunar copiosamente salimos con destino a Palamós.
El coche, recién estucado de manera gratuita por las aves que pueblan el cielo de nuestra ciudad, presenta un aspecto lamentable que causa sensación en la autopista. Necesitamos un túnel de lavado.

Los acontecimientos de las últimas semanas se han precipitado a una velocidad endiablada trastocando mi ritmo vital. Apenas me he dado cuenta de que ha llegado agosto, de que los periódicos han sufrido su habitual reducción de volumen y de que ya han aterrizado los habituales columnistas veraniegos de El País. Me incorporo, desde hoy (y con ocho días de retraso), a la legión de lectores veraniegos que siguen las peripecias veraniegas de Elvira Lindo, los interesantísimos artículos científicos de Javier Sanpedro, el “palabras.net” de Jorge Bucay (que hoy me presta una cita)... En verano me olvido de la información (mucho más magra que el resto del año) y dedico más tiempo a “la revista” que al resto de contenidos del periódico... por desgracia este año sin vacaciones.
Llegamos al apartotel que servirá de base para las actividades de este fin de semana tras dos horas de viaje (con visibilidad limitada debido a la nueva decoración del coche que aún no hemos podido eliminar). En el vestíbulo nos recibe, lo juro, una reproducción del esqueleto de un tiranosaurio en actitud amenazadora. Aún no repuestos de la impresión subimos a la habitación. La habitación tiene un balcón con unas vistas estupendas... al tiranosaurio. Si estiramos la cabeza también se ve el mar.
La playa está a pocos metros. Baño, un poco de sol y un largo paseo allanan el camino para una buena comida. Comemos (muy bien) en “La Salsa” (c/Lopez Puigcerver, 22. Palamós. Tel. 972315456).
Después de la siesta bajamos a la piscina del hotel y nadamos en el excelente caldo de cultivo para todo tipo de enfermedades que son sus – no tan transparentes – aguas. Los jacuzzis (2) prometen infecciones cuyo nombre no aparece todavía en los libros de medicina y decidimos que, con el primer baño, ya nos hemos expuesto a suficientes riesgos por hoy.
Lectura en el balcón... el tiranosaurio me mira de reojo.
A las 9 embarcamos en el “Rafael”, un precioso barco de vela latina construido en 1915. El paseo, organizado por el “Museu de la Pesca” de Palamós, nos llevará (a motor) hasta la playa de Castell. Durante el viaje de ida, Joan, el patrón, nos ofrece un poco de información sobre el barco y sobre navegación en general. Anclamos en Castell cuando ya ha oscurecido y las estrellas se empiezan a ver con claridad (poco después las nubes nos impedirán disfrutar del espectáculo). De fondo se escuchan las olas rompiendo contra la orilla y los grillos. Sólo rompe el encanto del paseo el ego, anormalmente grande, de un poeta local – pasajero como nosotros - que se empeña en imponer sus poemas recitados, historias y batallitas a las amenas explicaciones de los dos “Joans” que patronean la barca.
Volvemos a puerto con un inconsciente al timón del barco. Me divierto mucho y me siento privilegiado al poder llevar el timón de esta embarcación tan bonita. Volveremos, la próxima vez de día para poder ver al “Rafael” con las velas desplegadas.
Llegamos al puerto a las 12:30 con mucha hambre. Por suerte encontramos un restaurante que tiene la cocina abierta hasta las 2:30 de la madrugada. Se llama “La Queixalada” (Passeig del mar, 16. Palamós. Tel. 972315704). La comida está buena y los camareros son muy atentos, hemos tenido suerte. A María José le regalan un pareo de color naranja.
Volvemos al hotel y leemos. Acabo “El lejano país de los estanques” que me ha gustado mucho. El tiranosaurio no descansa.

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