17 julio 2004

 DIARIO DE UN OCIOSO
Jueves, 15 de julio de 2004

 
La noche ha sido horrible. Tengo un resfriado monumental (gentileza de los aires acondicionados) sólo moderado por los cuidados que María José y la aspirina efervescente me han dispensado. Desayuno y decido volver un rato a la cama hasta que haga un poco más de calor.
Decido bajar hasta el Club con bus y me arrepiento nada más entrar en el gélido ambiente impuesto por un conductor fanático del aire acondicionado. Nado y tomo el sol mientras leo “El club Dante” de Matthew Pearl.
Al salir cojo otro bus (conducido por un primo del anterior con las mismas obsesiones térmicas) hasta Plaza Cataluña. Entro en el Fnac y el aire acondicionado consigue que mi nariz se convierta en una versión orgánica de la fuente de Canaletas. Pese a las dificultades compro lo que he venido a comprar y evito caer en el consumo compulsivo de productos culturales que es habitual en mí cada vez que entro en una de las tiendas de la cadena francesa.
Como no tengo ganas de cocinar, me como un menú en un restaurante del barrio y voy a clase. De nuevo el aire acondicionado me ataca sin que pueda hacer nada para defenderme.
Cinco horas después cojo un bus y paso mucho frío pese a que voy con una camisa de manga larga. El conductor, seguramente un inmigrante Groenlandés, parece no darse cuenta de las bajas temperaturas.
Hoy he quedado para cenar con los compañeros de mi último trabajo. Es una despedida (mañana echan a los pocos que continuaban trabajando después de la primera tongada de despidos) pero en el ambiente se respira un aire lúdico y de cierta liberación. Verlos a todos, juntos de nuevo, me gusta. Vuelven las viejas historias y reímos mucho.
Cenamos en un restaurante cercano al Puerto Olímpico y, alguna mente poco pensante, decide continuar la fiesta en el “Baja Beach”. El  infierno debe ser algo parecido a esto: cientos de personas – apretadas y sudorosas -bailan compulsivamente animadas por un dj que acaba de salir de la lobotomía que ha finiquitado  las pocas neuronas con las que la naturaleza le dotó. Mientras, camareros y camareras (ambos con muy poca ropa) bailan en vez de servir copas. Apretones, camareras que se abren paso a golpe de pito, coreografías vengorzantes... Por suerte – y no entiendo las oscuras  razones que mueven los hilos del destino – tenemos acceso a una zona reservada donde evitamos las apreturas de la pista central (del circo) y donde siempre hay alguien pendiente de que no te falte una copa en la mano (servida a domicilio).
A las tres decido que ya he tenido bastante y Chus se despide de mi diciéndome: ”Algún día seré jefe”.
Vuelvo a casa en taxi reflexionando  sobre los significados ocultos de la frase de Chus (inspirada, sin duda, por la ingestión no controlada de bebidas espirituosas de alta graduación) y no consigo llegar a ninguna conclusión. En la radio del taxi suena “New Kid in Town” de los Eagles. 

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