25 diciembre 2003

DIARIO DE UN OCIOSO
Jueves, 25 de diciembre de 2003


Nos levantamos pronto (tenemos ganas de jugar con los juguetes nuevos). No desayuno, no tengo hambre. Monto mi nuevo teclado en el ordenador e intento hacer sonar la flauta (haciendo caso omiso al dicho, no lo consigo ni por casualidad) mientras María José pone en orden la casa.
En tren, vamos hasta Alella. Hace sol y el mar, visto desde la ventanilla del tren, está precioso. Hoy comemos en casa de los padres de María José, doce a la mesa. Mucha comida (son pocos los osados que consiguen llegar con un rincón al último plato, yo no me encuentro entre ellos). Los adultos jugamos con los juguetes que Papa Noel le ha traído a Alejandro mientras Alejandro (nuestro sobrino) se lo mira con resignación.
La larga sobremesa puede con mi resistencia física y caigo con estrépito. Una siesta en el sofá me repone. Cuando me despierto en la mesa hay uno más: Dami, un amigo de María José, se ha pasado a saludar y se ha quedado un rato.
Volvemos a casa (Pepe hace de taxista) cargados de “tuppers” con parte de la comida que ha sobrado (son un bien muy preciado que salvará muchas comidas las próximas semanas). De regalo con el lote de “tuppers” daban una longaniza y un poco de jamón que ahora también alimenta nuestra, ahora bastante surtida, despensa.

Han sido dos días divertidos con la gente que queremos y la oportunidad de reunirnos con los familiares a los que vemos menos. Esto es la navidad, compartir momentos de alegría todos juntos.

Mañana volvemos a casa de mis padres. Para comer tenemos el sin parangón “Mar i muntanya” que prepara mi madre. Son pocos los elegidos para disfrutar de tan excelso manjar; todos ellos son afortunados por poder estar (aunque sea unos breves minutos) tan cerca de la gloria. Mañana intentaré ofrecer una descripción más completa de este plato de locos que cada año se nos regala con generosidad.

DIARIO DE UN OCIOSO
Miércoles, 24 de diciembre de 2003


El día 24 siempre ha sido un día especial. A mediodía, y siguiendo la tradición instaurada hace unos años (tradición que rompe con todas las tradiciones), María José y yo nos damos los regalos navideños. Hay mucha ilusión tanto en el que regala como en el que recibe el regalo y disfrutamos mucho de este momento. Este año María José me ha regalado una cosa que hace tiempo que deseaba pero que nunca me hubiera atrevido a comprarme: un instrumento musical, una flauta travesera. Tengo ganas de aprender a tocarla pero mis primeros intentos para conseguir un solo sonido no han alcanzado el éxito. Ya he buscado el compartimiento de las pilas pero no lo encuentro, y la flauta sigue sin querer sonar (se van a enterar los de la tienda).

Por la noche cena en casa de mis padres. Hoy somos 16 sentados a la mesa; a los ya habituales (todos familia) se han añadido este año los vecinos de toda la vida (que ya eran mayores cuando yo era un niño). Nada más entrar un pitido llama nuestra atención. Después de una investigación a fondo se descubre la causa del molesto sonido: el sonotone del vecino, revisado por última vez en vísperas del mundial 82, emite un pitido supersónico que tiene la virtud de clavarse en el cerebro sin provocar, espero, daños permanentes. Yo no sé si facilita su audición... pero estoy seguro que dificulta la nuestra.

Cena abundante y deliciosa (sé que todo el mundo cree lo mismo pero en mi caso es verdad: mi madre es una estupenda cocinera). El sector Ultra, liderado por mi tío Hernán en uno de sus días más inspirados, hace estragos y provoca abundantes risas. Me lo paso genial.

Con los postres llegan los regalos. Volvemos a casa muy tarde, muy cansados y en bus nocturno (encontrar un taxi libre es misión imposible). Ya es navidad.

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